70 B. PEBEZ GAXDÓS no temblaba por eso;„ ver cómo se altera, cómo palidece y se asusta oyendo referir los horrores del combate, y luego mirar con desden á todos los que digan: “contad, Gabrielito, esa cosa tan tremenda!... „ ¡Oh! esto era más de lo que necesitaba mi imaginación para enloquecer... Digo francamente que en aquel dia no me hubiera cambiado por Nelson. Amaneció el 19, que fué para mi felicísimo, y no habia aún amanecido, cuando yo estaba en el alcázar de popa con mi amo, que quiso presenciar la maniobra. Despues del baldeo comenzó la operación de levar el buque. Se izaron las grandes gavias, y el pesado molinete, girando con su agudo chirrido, arrancaba la poderosa áncora del fondo de la bahía. Corrían los marineros por las vergas, manejaban otros las brazas, prontos á la voz del contramaestre, y todas las voces del navio, antes mudas, llenaban el aire con espantosa algarabía. Los pitos, la campana de proa, el discorde concierto de mü voces humanas, mezcladas con el rechinar de los motones, el crugido de los cabos, el trapeo de las velas azotando los palos antes de henchirse impelidas por el viento, todos estos t variados sones acompañaron los primeros pasos del colosal navio. Pequeñas olas acariciaban sus costados, y la mole majestuosa comenzó á deslizarse por la bahía sin dar la menor cabezada, sin ningún vaivén de costado, con marcha grave y solemne, que sólo podia apreciarse comparativamente, observando la traslación imaginaria de los buques mercantes anclados y del paisaje. Al mismo tiempo se dirigía la vista en derredor y ¡qué espectáculo.