- 8 — quedase sin concluir como casi todo lo grande sobre la tierra. Si la voz de Valera vivo, en la presente ocasión, hubiera sido el Himno triunfal del Quijote entonado por el único casi superviviente de aquella generación de literatos insignes que inmortalizaron los anales literarios del reinado de D.« Isabel 11, condensando la admiración tradicional de las edades pasadas al Don Quijote, la voz de Valera muerto es el testamento literario del representante por estudio y por tradición de la España antigua y por origen, independencia y emancipación de la España moderna, que en los dinteles mismos de la Eternidad y reclinado ya sobre los bordes de su tumba trasmite á la España del porvenir el secreto de la belleza literaria y artística, enseñándole el misterioso conjuro con que las Oradas de la antigüedad, evocadas por el Genio del Renacimiento, descendieron risueñas sobre la Mancha, para vestir su escultórica desnudez con las armas tomadas de orín de los bisabuelos de Don Quijote, con el sayo y las alforjas de Sancho, con el dengue asturiano de Maritornes y hasta con la prosaica bacía del barbero, convertida al prodigioso toque de su festivo talismán, en el propio yelmo de Mambrino. Escuchemos, pues, atentos y respetuosos su voz, que resuena ya como bajada de lo alto, sobre lo que constituye hoy por hoy el más preciado blasón de nuestro abolengo literario, forjado por la diestra del héroe y del Genio español á quien llamamos El Manco de Lepanto, por haber sacrificado una mano en los altares de la Patria en T la más alta ocasión que vieron y que verán los siglos, y donde se preservó incólume por un prodigio de la Providencia la otra, sin duda para que nos señalase con ambas las dos sendas de la inmortalidad que conducen al templo de la gloria, donde tan alto dejó escrito con su propia sangre y su luz el inmarcesible nombre de España.